Santiago: Daniela Isla Loncón. La nueva voz de los secundarios

Daniela Isla Loncón:

La nueva voz de los secundarios

Las rejas del Liceo Confederación Suiza, por la calle Lira, apenas se pueden ver. Entre los barrotes sobresalen, desordenados y asemejándose a una especie de escultura moderna, los pies metálicos de decenas de sillas de clase que indican que el colegio está tomado. A un costado, cuelgan restos de lienzos pintados con tinta roja y negra que no resistieron la lluvia de la noche anterior. Daniela Isla -patas negras, botines cafés, chaleco con botones de perla, pañuelo al cuello, pelo largo y suelto- avanza a paso seguro por la cuadra. Alcanza la puerta de fierro rojo que permite acceder al establecimiento por la calle General Urriola y toca tres veces con firmeza.

-Soy yo, ¡abran!

Suena el chirrido de la cerradura metálica, la puerta se mueve y Daniela entra y desaparece por los pasillos del recinto que al cierre de esta edición cumple nueve días en toma. Nueve días en que miles de estudiantes de éste y otros colegios del país se han organizado por turnos para hacer guardia y coordinar las comidas, han dormido en sus liceos pese al frío y la humedad, han creado un sistema de clases de reforzamiento para prepararse para las pruebas a pesar de la falta de clases, han planeado asambleas y marchas multitudinarias. Todo con el objetivo de reformar un sistema educativo que consideran deficiente e injusto.

Nueve días que para Daniela, además, han significado un constante vaivén entre un colegio y otro, correr hasta reuniones de estudiantes y con autoridades, informar sobre asambleas de otros establecimientos, apaciguar los ánimos de los alumnos más iracundos («En el Confederación Suiza todo es bastante pacífico, pero los colegios periféricos viven otra realidad, entonces reaccionan de forma distinta, no siempre tranquilamente», dice), hacer cumplir las normas establecidas por los dirigentes.

Formalmente, ella es la presidenta del Centro de Estudiantes del Liceo Confederación Suiza, un establecimiento que ya dio que hablar durante la revolución pingüina del 2006. Pero, en poco tiempo, el desplante de esta joven de 17 años, su capacidad de expresión, su habilidad para generar redes y su determinación la llevaron a convertirse en una de las principales voceras del movimiento estudiantil.

-La Daniela es movida, siempre me está informando para que yo pueda explicar también al Confed (Conderación Suiza). Es simpática, pero tiene un carácter fuerte y cuando hay que hacer cumplir ciertas normas dentro del Confed, está ahí poniendo mano dura. Ella es la que mandamos al techo a sacar a los estudiantes que se suben aunque esté prohibido, porque le hacen caso -dice el vocero oficial del Confederación Suiza, Ronald Román.

-Ella ha ganado autoridad en base al respeto. Respeta al resto y cumple con lo que se decide, y eso hace que no se la pase a llevar como a los demás. Mis compañeros no son capaces de hacer lo que ella hace, como moverse de un lado a otro, estar con constante información y procesarla.

Esta mañana, Daniela llegó tarde al liceo. Pasó la noche en su casa porque no daba más. Y al levantarse, más tarde que de costumbre, se dio el gusto de aceptar la invitación de un amigo a comer empanadas en el centro. Ese momento de relajo le costó caro.

-Me pesó gigante porque llegué a la toma y me dijeron: «Aquí no había nadie del centro de estudiantes y ¡mira lo que pasó!» -dice, imitando la voz alterada de sus compañeros-. Pero anoche estuve en una asamblea en el Liceo 7 hasta las 11 y no me dio para más. Fui a mi casa y dormí.

De Nahuelban
a Quinta Normal

Daniela Elisa Isla Loncón -«Danna» para sus amigos y familiares- nació el 28 de diciembre de 1993. Su padre, Hernán Isla, es guardia de seguridad y no vive con ella desde hace siete años. Su madre, Teresa Loncón Antileo, dejó la comunidad mapuche de Nahuelban donde creció para buscar trabajo en Santiago y nunca más se fue. Tenía sólo 18 años cuando se empleó como asesora del hogar puertas adentro y a los 28, embarazada de Daniela, se prometió que su hija tendría un destino distinto, que sobresaldría.

-Yo creo que todas las mamás sueñan con que sus hijos sean profesionales, pero mi mamá tenía algo más. Siempre me inculcó que tenía que ser diferente al resto, nunca le gustó la masa, le carga eso de ser lo típico de la sociedad. No quería que ni yo, ni mi hermana chica, nos convirtiéramos en niñas enajenadas, que fuéramos de las que gritan como locas en los conciertos de Jonas Brothers. Nunca toleró eso. Hasta el día de hoy no me deja hacer el aseo en la casa. Le carga. Pero también se enoja si en vez de estar leyendo, estoy en la cama viendo tele. Yo no sé cocinar; con suerte puedo hacer huevos, pero mi mamá dice que prefiere mil veces que esté haciendo algo productivo a que me dedique a las cosas domésticas. Entonces siempre tuve mucho tiempo de recreación. Ella siempre hizo todo y yo sólo tenía que estar desarrollándome como persona -cuenta Daniela.

Daniela habla rápido, con un tono seguro y una voz potente. Habla de ideologías, injusticias sociales y peticiones históricas. Nombra a Sigmund Freud, a Erich Fromm, a Friedrich Nietszche y al historiador Gabriel Salazar. Pero, a ratos, de manera inesperada, deja escapar una carcajada o un modismo que recuerda que aún es una adolescente. Como cuando confiesa que le encantan las series de Disney, especialmente Hannah Montana.

De chica era una niña alegre, «normal», según las palabras de su tío, el abogado Lautaro Loncón, pero más madura que la media.

-Le gustaba jugar, hacer bromas como cualquier otro niño, pero tenía sus momentos de introversión en algunas situaciones y era bastante madura. Desde chica tuvo facilidades para expresar sus ideas y tenía una curiosidad innata -dice.

Lautaro Loncón agrega que vivió un tiempo en su casa cuando ella estaba en quinto básico, y que varias veces la vio tomar su Código de Procedimiento Civil o los libros de filósofos que él estaba leyendo para hojearlos.

-Tiene una preocupación intelectual bastante grande. Nosotros somos siete hermanos y sólo dos pudimos llegar a la universidad, entonces Teresa y el padre de Daniela tienen las expectativas puestas en ella.

La mejor manera que Teresa encontró para incentivar su hija mayor a desarrollarse fue a través de la lectura. Más de una vez Daniela dirá que el gusto por los libros es algo «genético» en ella. Contará que su familia materna es de Nahuelban, pero que esa comunidad queda cerca de un pueblo en el que se podían conseguir libros; que su abuelo nunca fue al colegio, pero que aprendió a leer y escribir por su cuenta y se convirtió en un ávido lector. Y que sus hijos heredaron esa pasión por la literatura y la «cultura».

-Yo me acuerdo que mi abuela era la que hacía el trabajo esforzado de cultivar su huerta y vender en la feria porque vive en el campo. Y a mi abuelo le decían «el flojo», porque era como el Zaratustra de Nietszche: se sentaba y leía y leía. Ahora está ciego, pero tú entras a su habitación y es una librería gigante -dice con orgullo.

Su madre siguió sus pasos. Aunque vivían con lo justo y hubo épocas en que cuidaba hasta la cantidad de pan que compraba, siempre prefirió buscarle a Daniela libros en la feria, en vez de juguetes. Hasta que su propia hija le puso límites.

-Yo me río harto de ella porque tuvo un acto exagerado. El libro «Las venas abiertas de América Latina», de Eduardo Galeano, ella lo leyó a los 37 años. Ahora tiene 45. Pero me entregó ese libro cuando yo ¡tenía nueve años! Empecé a leerlo y fue horrible. Me acuerdo que ahí le dije que era mucho. Y recién el año pasado lo agarré y lo leí -dice Daniela entre risas.

Agrega:

-Mi mamá siempre se encargó de hacernos madurar mucho e independiente de si eso pueda afectar o no el desarrollo de un niño, yo me siento agradecida.

-¿Ustedes mantienen las tradiciones mapuches?

-Sí, nosotros siempre mantenemos el contacto. Mi tío abogado está en la causa mapuche y a mí me encanta ir para allá en las vacaciones, porque uno siente sus raíces. Mi mamá se encargó de que no olvidáramos de dónde venimos: asisto a nguillatunes y ella me habla en mapudungun. Ella siempre me insistió en que no debía avergonzarme de decir «yo soy mapuche».

-¿Apruebas las tomas, los episodios violentos?

-En general, si en la sociedad hay violentistas existe un por qué. No surgen porque quieren y punto. En el caso del pueblo indígena, está tan menoscabado socialmente que pide dignidad. Y al momento de exigirla de manera diplomática no funciona. Yo he ido a esas comunidades y la gente vive en una gran pobreza, en la discriminación, en el olvido. Esas cosas forman frustración como pueblo. Hoy, el pueblo mapuche está agarrando mucha fuerza por lo menoscabado que se siente socialmente y yo me incluyo. Nunca tuve problemas de discriminación porque sé plantarme, pero muchos niños hoy están viviendo una violencia gigante en el sur.
El nacimiento  de una líder

Daniela, su hermana Valeria y su madre viven en Quinta Normal, en una casa de adobe con una habitación grande que comparten y un pequeño patio de servicio. Hubo épocas en que la familia pasó por penurias, pero Teresa siempre se encargó de que sus hijas sintieran lo menos posible la falta de dinero.

-Se vivía con lo justo y necesario, nunca había para más. El desayuno era leche y pan, y sería. Al almuerzo comíamos tallarines con bistec y en la noche pan con leche de nuevo. Pero me acuerdo que los fines de semana mi mamá siempre traía una bebida y un paquete de cheesepop o de papas fritas como para decirnos «diviértanse». Eso demostraba la preocupación que tenían mis padres para que no sintiéramos tanta diferencia respecto de nuestros compañeros con una situación económica más de clase media -dice la vocera de los estudiantes.

Daniela no sintió esa diferencia en lo material, pero sí le pesó desde chica la falta de oportunidades.

-Me acuerdo que ya en quinto o sexto básico, Daniela tenía amigas que estudiaban en colegios privados y ella veía que la calidad de la educación que recibían no era la misma que ella. Siempre decía que era como un fraude, porque si se sacaba un siete en un colegio municipal, ese siete no equivalía al de un establecimiento privado. Siempre trataba de buscar una explicación para eso -recuerda su tío Lautaro.

La frustración máxima llegó en octavo básico, cuando tras terminar sus estudios en el colegio República de Israel, en Santiago Centro, con un promedio de 6,8, no logró quedar en ninguno de los cinco liceos a los que había postulado.

-Yo quería entrar a un liceo emblemático, el Carmela Carvajal, el Liceo 1 o el 7 de Providencia. Salí de la básica con excelentes resultados y ése fue mi primer fracaso en la vida. Fue una frustración tremenda, porque me cuestioné mucho, pensé: «seré tonta» y luego me pregunté qué estaba recibiendo como educación. Ahí me di cuenta de que algo estaba fallando -dice.

Eligió entonces el Confederación Suiza por el rol que jugó en la revolución pingüina del 2006 (uno de los líderes del movimiento, César Valenzuela, era del liceo) y comenzó su batalla. Daniela se empezó a relacionar con los profesores y los compañeros más activos y se dedicó a estudiar más en profundidad: leyó a los grandes sociólogos, filósofos, historiadores. Siguió apoyándose en su familia y buscando refuerzo en las «once» en que todos sus parientes discutían temas sociales, para consolidar su veta de líder. Cuando se sintió segura de sí misma, se lanzó: para marzo de este año, había armado una lista nueva para el centro de estudiantes de su liceo y salió elegida presidenta.

-La lista incluía a alumnos mucho más aplicados que los anteriores. Tenían una mayor predisposición para hacer cosas, reflexionaban mucho mejor-asegura el vocero del colegio Ronald Román.

El liderazgo de Daniela resaltó inmediatamente cuando llegó al liceo. José Miguel Neira, profesor de historia y ciencias sociales hace 32 años en el establecimiento, dice que es de las alumnas destacadas, pese a no tener tanto tiempo para estudiar debido a sus actividades como dirigenta. Y que su pasión la hace sobresalir.

-Daniela es clara, transparente, no tiene militancia política, entonces se debe exclusivamente a sus compañeros. Es una buena líder porque no se cree el cuento de la iluminada y entiende que la resolución de los problemas que afectan la educación chilena pasa por la incorporación de todos los actores. Es conciliadora.

Ella asegura no haber tenido siempre el desplante actual. «Yo entre quinto y octavo básico fui bastante insegura. No sé en qué se haya reflejado, pero no me sentía un ser válido. En primero medio empecé a crecer y ahora puedo decir que soy una persona ciento por ciento segura. Sé que en enseñanza básica tuve una mala base y creo que tuvo que ver con la desigualdad de oportunidades. Sé porque lo veo con mi hermana también; en la mayoría de los colegios básicos municipalizados no se les da a los niños la calidad y la seguridad que necesitan. Y es tremendo porque los chicos que van a colegios de escasos recursos se sienten frustrados, van con una mentalidad pesimista en cuanto a su futuro».

-¿Qué quieres tú para tu futuro?

-Mi proyecto es entrar a la universidad. Estoy indecisa entre administración pública y sociología. Y me encantaría trabajar en el plano estatal, llegar a ser funcionaria pública y tener con el tiempo algún peso de decisión en el ámbito social. Quiero seguir influyendo. Ahora puedo estar hablando del problema de la educación, pero también me importa el tema indígena. Tengo claro que el mundo mapuche al que pertenezco está sufriendo injusticias tremendas y no me siento cómoda olvidando lo que está pasando con la gente que no se vino a Santiago y sigue muy arraigada a su cultura.

-¿Qué ha sido lo más difícil de este período, desde el punto de vista humano?

-Que tengo que hablar todo el día lo mismo y que mis relaciones están limitadas a las que tengo dentro del movimiento secundario. Igual estoy cansada y tengo cero vida para mí. Es lo más difícil que me ha tocado vivir. Con mi mamá casi no alcanzo a conversar, a mis amigas no las puedo ver. Tampoco puedo quedarme viendo tele o no hacer nada. Y este movimiento tiene para rato, porque cambiar el sistema que regula la educación pública, modificar la constitución no es llegar y hacerlo en dos meses. En este minuto ni siquiera alcanzo a ir al preuniversitario solidario y me preocupa. Por estas cosas uno tiene que dejar mucho de lado… Ojalá valga la pena. A mí siempre me han dicho que todo esfuerzo tiene su recompensa y yo quiero poder decir que hice todo lo que pude, todo lo que estuvo a mi alcance para llegar a la meta. Y que si no se logró fue por otros factores, pero yo como persona me voy a sentir tranquila.

«Quiero seguir influyendo. Ahora puedo estar hablando de la educación, pero también me importa el tema indígena. Tengo claro que el mundo mapuche al que pertenezco está sufriendo injusticias tremendas».

Fuente: http://www.mer.cl/